domingo, 4 de septiembre de 2011

A Andrés de Padua.‏


Entre las montañas más altas de la cordillera andina venezolana, que sobrepasan las nubes, donde duermen los ángeles, que a veces se dan un paseo para cantarle por bulerías a las mujeres que con su andar perfuman las calles mortales. Entre las frías montañas adornadas con fina escarcha que refleja el sol sobre la hierba verde de frailejón, todavía resuena el eco de los olés viejos, que vienen y van, de la monumental a las nubes. Un eco que viene aflojándose entre las voces que se hacen viejas, que pierden fuerza con el tiempo, que se hacen más lejanos y fortuitos.

Pero con la fría brisa de la media noche llega un sonido que despierta la curiosidad de los duendes, que se hace fuerte entre las calles empedradas, que va de boca en boca, que sube hasta el pico tan rápido como el más violento calosfrío. Que nada entre las truchas brillantes río arriba en contra de la más fuerte corriente prohibicionista, que llega hasta los oídos del cóndor celoso de sus montañas. Porque hay un olé desconocido, uno nuevo, uno que llena, inspira, y que no viene de la monumental, viene de las calles que piden a gritos la muñeca de seda de los andes taurinos, un capote que por fin se ate al corazón merideño, que late a mil por hora cada vez que le pasa el toro cerca.

Esa muñeca ya tiene dueño, ese capote ya tiene nombre, con corazón fuerte como un frontino, que se pasea por el páramo bravo, que le camina a los toros al son del más sublime pasodoble que entonan los ángeles al observar tan delicado natural que lleva al toro hasta donde no se puede más. Una media verónica que se queda en media porque es su nombre, porque ahoga hasta los pulmones más fuertes que se quedan a medio olé. Hay fiesta en los andes, hay fiesta en los cielos, porque tenemos un torero.



Luis Javier Medina.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Realidad

Las afueras de la plaza de toros no son más que la sala de espera, el recibidor de aficionados que atienden al llamado del toro para hacerse cita y hablar de tardes anteriores y próximas, tardes históricas, toreros de ayer, hoy y mañana. Pero en nuestro país ocurre un fenómeno que parece se hace más popular con el pasar del tiempo, en las bocas de la afición la palabra más repetida entre las frases más taurinas es “Crisis”.


Para nadie es un secreto que la fiesta en Venezuela pende del hilo más delgado de toda su historia. Los tendidos vacíos acusan el estado crítico que vivimos y el pensamiento animalista, en creciente, se apodera de las mentes más jóvenes. El toro mal presentado en los pocos festejos que se dan y el mal oficio de los profesionales derivado de lo anteriormente mencionado nos lleva a un espectáculo cada vez más decadente, de la más pobre categoría. Mientras una afición afligida, desnutrida, clama por una nueva generación de mentes y manos de seda que refresque el panorama y que de un nuevo empujón a la carretilla que desde hace años viene en constante frenado.


Nuevos tiempos que hagan rebobinar los recuerdos de los más viejos, y que hagan sentir que la fiesta todavía tiene una oportunidad más. Una nueva oleada de toreros nacionales que cubran la necesidad de traer toreros extranjeros que cada día cobran más en su moneda extranjera que cada vez nos cuesta más. Una figura que ponga de moda de nuevo ir a la plaza de toros, y una muñeca que teja de nuevo el hilo grueso del que gozaba nuestra fiesta veinte años atrás.


Aunque todo lo anterior parece una fantasía, hoy en día hay novilleros trabajando fuertemente para tomar la batuta que han dejado empobrecida los toreros de hoy, hay sueños en los corazones con ganas de triunfo, y también hay una afición que espera, que a pesar de que no se hace notar en los tendidos, está ahí, esperando por el renacimiento de la fiesta de todos, nuestra fiesta.


Luis Javier Medina