La concordia y el sustento. La raíz y el pensamiento. La vanguardia en sus adentros. La expresión del frío anhelo. Lo fugaz, amor eterno. Pende sobre un halo de orfandad. Sobre un cabo en la tormenta. Bajo olas y corrientes emerge de las profundidades y se encuentra con el aire. Desafía al ego, evoca coherencia, resume impaciencia, derrocha virtud. Fiel a su discurso, planta su silueta, firme fortaleza, plana su muleta, desfigurada tela. Erguido, desata al duende rodilla en tierra, capote azul, herida abierta. La verdad y la pureza, el hambre y la necesidad. La evolución, la variedad, la inquietud, el azar. Despierta la aurora que despide a la madrugada, se encuentra a un torero que apaga la llama de una vela que llora sobre una mesa de estaca. Son gotas saladas, es mirra, alcaparra, es verde cinabrio, es fina calada. Lluvia en la catarata, sangre sobre la tartana, culpa de la presagiada inocencia quebrada. Es el poder que aplaca, es sentida tauromaquia, es el poso en la distancia, es la suerte cuando acampa a la vera de su estampa, bajo un ole pasajero de una plaza en la garganta. Espontánea su llamada, meditada su coartada, es pasión y elegancia. Es el arte que espatarra, es de pecho hasta las trancas, es quietud que no descansa cuando afina esa llama que calcina sobre el ruedo una faena soñada. Es certera su estocada, es sincera su calaña, es humilde su fachada, su presente es una daga que atraviesa su ilusión. Rey de su tauromaquia, príncipe de su verdad, noble con sin piel de cordero, lobo que hambriento y fiero se ganó su libertad.
Alvaro Gil
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