La perfección excluye la autenticidad. Algo que es perfecto se aleja del sentimiento, de la pasión, de la espontaneidad, de la improvisación. Es a partir de estas últimas en donde se encuentra el arte. Puede que no sea perfecto técnicamente pero por el contrario, se alcanzará un grado cercano a la perfección artística. La perfección técnica es fría y paciente. La perfección artística es fugaz e inalcanzable. No es permanente. No es continua. No se prolonga en el tiempo. Goza de fragilidad. Cuando alguien siente que algo le trasmite se produce una reacción pasajera sobre el receptor. Es entonces cuando se percibe que algo está a punto de alcanzar la perfección. No obstante, ésta es inalcanzable; es imposible ser perfecto porque no se puede acaparar la perfección en todos sus términos. La perfección es como un río con muchos afluentes. No se puede navegar por todos ellos. No se puede abarcar la totalidad de las ramificaciones del río. Lo que el artista busca es explorar cada uno de ellos por separado para finalmente situarse en aquel que más fuerza lleva, el más caudaloso, y desembocar en el mar. Una vez que llega al mar se da cuenta de que aún no ha alcanzado ni la cuarta parte de lo que pensaba. La grandiosidad del mar o del cielo nos demuestra que no somos nada importante para la naturaleza. Una ráfaga de aire más fuerte de lo normal o una ola de mayor envergadura puede hacernos desaparecer en un segundo. No por este motivo hay que dejar de tener ambición. Ningún torero logra la faena soñada, puede que se acerque pero al día siguiente le quedará una sensación de vacío y emprenderá la búsqueda de la faena que se acerque un poco más. Ningún músico ha logrado la melodía perfecta. Ningún pintor realizó el cuadro de su vida. Se trata de un continuo reciclaje. Una evolución que subsiste gracias al carácter eminente e inconformista del artista. El veneno del arte se toma a sorbitos cada día y en el horizonte se divisa el oasis al que quieres llegar pero que jamás alcanzarás. Vuelves al punto de partida una y otra vez. Crees que ya eres feliz por llegar a donde estás hoy pero mañana estás perdido y la insatisfacción te hace resurgir y volver a caminar hacia delante. Llega un momento en el que ya no buscas nada. Ni la perfección, ni la gratificación, ni el reconocimiento. Buscas algo que está en tu cabeza pero que físicamente no se plasma. Un mínimo parecido a lo que pensabas te obliga a seguir ahondando. Hay que ser honesto y humilde para reconocer que nunca se puede alcanzar la perfección así como perseverante y valiente para seguir buscándola y no rendirse jamás.
Alvaro Gil
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