Se escucha el cacareo de un gallo que revolotea en el comienzo de faena y en los remates del torero de la Puebla. No se si es Morante el que busca la perfección o es la perfección la que busca a Morante. Quizás la perfección quiere alcanzarlo pero no puede, por eso, sus lances, su media, sus naturales o sus derechazos son profundos a la vez que espontáneos, sólidos al mismo tiempo que frágiles; son auténticos pétalos de hojas verdes que caen en primavera y no en otoño. Caen en primavera porque es la estación más floreciente y creadora. Es la estación donde nace la vida en la naturaleza. Así es su toreo. Natural. Es muy difícil crear algo natural que resulte sobrecogedor por el pellizco de un artista que lleva consigo el rótulo de figurón del toreo y lo demuestra año tras año. Morante de la Puebla hace lo que ama. Lo que para algunos son problemas para él son lecciones. Si no, ¿cómo creen ustedes que puede comenzar la faena de muleta de esa forma mientras el tendido y el toro protestaban al unísono brevemente? El Maestro sabía que el de Cuvillo tenía oro en su interior, sólo había que escarbar un poco en sus adentros y recoger esas pepitas de oro que relucirían a mediados de faena. Morante se encuentra en plenitud. Un torero que de la cuna fue a parar al ruedo y del ruedo al triunfo. No ya al triunfo hacia el exterior, ni al reconocimiento más que ganado, sino al triunfo interior, al triunfo artístico. Este torero libera, alivia, distrae, desbarata. Derrocha serenidad. Descubre parajes de extrema belleza. Pone el alma cuando torea, y por este motivo su andadura está abocada al éxito. Me gusta como sale de la cara del toro desplantando con humildad y como recibe una gran ovación sin darle la mano al tremendismo. Me gusta como cita al toro sin vociferar como si el redondel fuese un patio de vecinos o un partido de fútbol. Me gusta como se tira a matar de verdad cuando sabe que merece la pena porque la faena ha estado a la altura de un gran estoconazo. Me gusta ver como el presidente saca los dos pañuelos blancos a la vez igual que Morante maneja el capote acariciando al toro por verónicas echando el percal al mismísimo hocico del cornúpeto. Me gusta la manera tan pura de colocarse delante de la cara del toro. En definitiva, me gusta el toreo antiguo y me gusta el toreo nuevo. Pero me gusta más ver como lo antiguo hoy resulta algo novedoso porque nadie es capaz de realizar una faena de este calibre por mucho que les cueste admitirlo a unos pocos infelices que sólo aprecian lo que ven cuando el de al lado se lo cuenta, habiéndolo tenido delante desde hace mucho tiempo. Larga vida al rey de la tauromaquia que en su trono mira a sus súbditos con clemencia, sencillez, toreo y amor.
Alvaro Gil.
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