Mirada perdida. Miedos. Inseguridad. La gloria bañada en suspiros. La incertidumbre puebla los rincones de un patio de cuadrillas que se torna asfixiante. El hedor de un público sediento. No hay libertad. Estoy preso en una cárcel circular que no admite espantadas. Preguntas y negación. De pronto una luz deja ver apenas un resquicio de madera roja. Una bocanada de aire fresco anuncia a mis pulmones que debo comenzar a andar. Pie derecho por delante. Suerte y al toro. Suenan clarines y timbales. El primero ya está aquí. El burladero sustituye el hombro de mi padre para consolarme. Las pulsaciones se disparan. Retumba el suelo. Salpica el albero. Apenas se nubla mi vista durante un corto lapso de tiempo. Mi mente, en cambio, está revolucionada a su máxima potencia. Se oyen murmullos de un tendido que aprecia el volumen de un toro con brío. Remata por abajo. ¡Toca, toca! ¡Que salgo!
Alvaro Gil.
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