jueves, 1 de diciembre de 2011

Ultima puerta del principe para Diego "Valor"


El maestro Diego Puerta ha cruzado por última vez la Puerta del Príncipe a hombros de algunos toreros que han querido acompañar al torero en su despedida. Entre gritos de "Torero", el féretro del torero del barrio San Bernardo ha recorrido el dorado albero maestrante para dar esa vuelta al ruedo simbólica con la que Sevilla ha despedido a uno de los grandes.

Toreros como Tomás Campuzano, Antonio Rubio Macandro, Esaú Fernández, El Almendro, el banderillero José Rodríguez El Pío, o el novillero Fernando del Toro, portaban el féretro del maestro Puerta en su última salida por la Puerta del Príncipe.

Antes, a las 11:30 horas sus restos mortales abandonaban el Salón del Apeadero delAyuntamiento de Sevilla donde en la tarde de ayer había quedado instalada la capilla ardiente. En torno a las 10 de la mañana había acudido Paco Camino, tantas veces compañero de cartel del Diego "Valor", ha rendir su homenaje particular a tan admirado compañero.

Ayer le había tocado el turno a Santiago Martín El Viti, que no pudo contener las lágrimas al visitar la capilla ardiente. Puerta, Camino y El Viti, cartel tantas veces repetido allá por la década de los 60 y que tantas tardes de gloria regaló a la historia de la Tauromaquia.

Camino, junto a sus hijos Rafi y Francisco, El Viti, Miguel Báez Litri, padre e hijo,Juan Antonio Ruiz Espartaco, Emilio Muñoz, Manuel Jesús El Cid, Tomás Campuzano, José Borrero, banderilleros como Alfonso Ordóñez y Andrés Luque Gago, picadores como Chocolate y Lolo de Camas, ganaderos como Luis Algarra, personalidades como el Alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, y el líder del PP de Andalucía, Javier Arenas, además de cantidad de sevillanos anónimos, aficionados en general, han desfilado por la capilla ardiente del maestro Puerta para dar su último adiós.

A las 12:00 h. se celebraba la misa funeral córpore insepulto en la Parroquia de San Bernardo, allí reside la hermandad del mismo nombre a la Diego Puerta pertenecía como cofrade. Curro Romero, Manuel Benítez El Cordobés, Pepe Luis Vázquez, Andrés Vázquez, Manuel Ruiz Manili, Martín Pareja Obregón, Salvador Cortés, Alfonso Oliva Soto, Emilio Silvera, entre otros, se han sumado, junto a muchos de los ya citados, al oficio religioso por el eterno descanso del finado.

El mundo ganadero ha estado representado por Borja Domecq, Álvaro Domecq, Cayetano Muñoz, Gabriel Rojas, Javier Molina, Jaime Guardiola o Álvaro Martínez Conradi, entre otros. Era imposible contabilizar a la cantidad de integrantes de la familia taurina que han querido rendir homenaje a una figura trascendental en la historia del toreo.

Especialmente emotiva era la llagada de la comitiva fúnebre a la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, el Fical de la Real Corporación, Santiago León, recibía a la familia y los restos mortales del diestro sevillano era portado a hombros por los toreros allí presentes para entrar a dar esa vuelta al ruedo simbólica y posterior salida por la Puerta del Príncipe.

Sonaban gritos de ¡Torero Torero!, "de este torero salía una docena de los de ahora" afirmaba un emocionado aficionado. "¿Dónde están los del G-10?" se preguntaban algunos extrañando y lamentando grandes ausencias.

Sevilla ha despedido a uno de los grandes, un torero de valor descomunal cuyo nombre quedará para siempre escrito con letras de oro en el libro de la historia taurina universal. Descanse en Paz.


Tomado de www.burladero.com

miércoles, 19 de octubre de 2011

La Perfección


La perfección excluye la autenticidad. Algo que es perfecto se aleja del sentimiento, de la pasión, de la espontaneidad, de la improvisación. Es a partir de estas últimas en donde se encuentra el arte. Puede que no sea perfecto técnicamente pero por el contrario, se alcanzará un grado cercano a la perfección artística. La perfección técnica es fría y paciente. La perfección artística es fugaz e inalcanzable. No es permanente. No es continua. No se prolonga en el tiempo. Goza de fragilidad. Cuando alguien siente que algo le trasmite se produce una reacción pasajera sobre el receptor. Es entonces cuando se percibe que algo está a punto de alcanzar la perfección. No obstante, ésta es inalcanzable; es imposible ser perfecto porque no se puede acaparar la perfección en todos sus términos. La perfección es como un río con muchos afluentes. No se puede navegar por todos ellos. No se puede abarcar la totalidad de las ramificaciones del río. Lo que el artista busca es explorar cada uno de ellos por separado para finalmente situarse en aquel que más fuerza lleva, el más caudaloso, y desembocar en el mar. Una vez que llega al mar se da cuenta de que aún no ha alcanzado ni la cuarta parte de lo que pensaba. La grandiosidad del mar o del cielo nos demuestra que no somos nada importante para la naturaleza. Una ráfaga de aire más fuerte de lo normal o una ola de mayor envergadura puede hacernos desaparecer en un segundo. No por este motivo hay que dejar de tener ambición. Ningún torero logra la faena soñada, puede que se acerque pero al día siguiente le quedará una sensación de vacío y emprenderá la búsqueda de la faena que se acerque un poco más. Ningún músico ha logrado la melodía perfecta. Ningún pintor realizó el cuadro de su vida. Se trata de un continuo reciclaje. Una evolución que subsiste gracias al carácter eminente e inconformista del artista. El veneno del arte se toma a sorbitos cada día y en el horizonte se divisa el oasis al que quieres llegar pero que jamás alcanzarás. Vuelves al punto de partida una y otra vez. Crees que ya eres feliz por llegar a donde estás hoy pero mañana estás perdido y la insatisfacción te hace resurgir y volver a caminar hacia delante. Llega un momento en el que ya no buscas nada. Ni la perfección, ni la gratificación, ni el reconocimiento. Buscas algo que está en tu cabeza pero que físicamente no se plasma. Un mínimo parecido a lo que pensabas te obliga a seguir ahondando. Hay que ser honesto y humilde para reconocer que nunca se puede alcanzar la perfección así como perseverante y valiente para seguir buscándola y no rendirse jamás.

Alvaro Gil

martes, 4 de octubre de 2011

JOSE MIGUEL ARROYO "JOSELITO"


La concordia y el sustento. La raíz y el pensamiento. La vanguardia en sus adentros. La expresión del frío anhelo. Lo fugaz, amor eterno. Pende sobre un halo de orfandad. Sobre un cabo en la tormenta. Bajo olas y corrientes emerge de las profundidades y se encuentra con el aire. Desafía al ego, evoca coherencia, resume impaciencia, derrocha virtud. Fiel a su discurso, planta su silueta, firme fortaleza, plana su muleta, desfigurada tela. Erguido, desata al duende rodilla en tierra, capote azul, herida abierta. La verdad y la pureza, el hambre y la necesidad. La evolución, la variedad, la inquietud, el azar. Despierta la aurora que despide a la madrugada, se encuentra a un torero que apaga la llama de una vela que llora sobre una mesa de estaca. Son gotas saladas, es mirra, alcaparra, es verde cinabrio, es fina calada. Lluvia en la catarata, sangre sobre la tartana, culpa de la presagiada inocencia quebrada. Es el poder que aplaca, es sentida tauromaquia, es el poso en la distancia, es la suerte cuando acampa a la vera de su estampa, bajo un ole pasajero de una plaza en la garganta. Espontánea su llamada, meditada su coartada, es pasión y elegancia. Es el arte que espatarra, es de pecho hasta las trancas, es quietud que no descansa cuando afina esa llama que calcina sobre el ruedo una faena soñada. Es certera su estocada, es sincera su calaña, es humilde su fachada, su presente es una daga que atraviesa su ilusión. Rey de su tauromaquia, príncipe de su verdad, noble con sin piel de cordero, lobo que hambriento y fiero se ganó su libertad.

Alvaro Gil

domingo, 4 de septiembre de 2011

A Andrés de Padua.‏


Entre las montañas más altas de la cordillera andina venezolana, que sobrepasan las nubes, donde duermen los ángeles, que a veces se dan un paseo para cantarle por bulerías a las mujeres que con su andar perfuman las calles mortales. Entre las frías montañas adornadas con fina escarcha que refleja el sol sobre la hierba verde de frailejón, todavía resuena el eco de los olés viejos, que vienen y van, de la monumental a las nubes. Un eco que viene aflojándose entre las voces que se hacen viejas, que pierden fuerza con el tiempo, que se hacen más lejanos y fortuitos.

Pero con la fría brisa de la media noche llega un sonido que despierta la curiosidad de los duendes, que se hace fuerte entre las calles empedradas, que va de boca en boca, que sube hasta el pico tan rápido como el más violento calosfrío. Que nada entre las truchas brillantes río arriba en contra de la más fuerte corriente prohibicionista, que llega hasta los oídos del cóndor celoso de sus montañas. Porque hay un olé desconocido, uno nuevo, uno que llena, inspira, y que no viene de la monumental, viene de las calles que piden a gritos la muñeca de seda de los andes taurinos, un capote que por fin se ate al corazón merideño, que late a mil por hora cada vez que le pasa el toro cerca.

Esa muñeca ya tiene dueño, ese capote ya tiene nombre, con corazón fuerte como un frontino, que se pasea por el páramo bravo, que le camina a los toros al son del más sublime pasodoble que entonan los ángeles al observar tan delicado natural que lleva al toro hasta donde no se puede más. Una media verónica que se queda en media porque es su nombre, porque ahoga hasta los pulmones más fuertes que se quedan a medio olé. Hay fiesta en los andes, hay fiesta en los cielos, porque tenemos un torero.



Luis Javier Medina.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Realidad

Las afueras de la plaza de toros no son más que la sala de espera, el recibidor de aficionados que atienden al llamado del toro para hacerse cita y hablar de tardes anteriores y próximas, tardes históricas, toreros de ayer, hoy y mañana. Pero en nuestro país ocurre un fenómeno que parece se hace más popular con el pasar del tiempo, en las bocas de la afición la palabra más repetida entre las frases más taurinas es “Crisis”.


Para nadie es un secreto que la fiesta en Venezuela pende del hilo más delgado de toda su historia. Los tendidos vacíos acusan el estado crítico que vivimos y el pensamiento animalista, en creciente, se apodera de las mentes más jóvenes. El toro mal presentado en los pocos festejos que se dan y el mal oficio de los profesionales derivado de lo anteriormente mencionado nos lleva a un espectáculo cada vez más decadente, de la más pobre categoría. Mientras una afición afligida, desnutrida, clama por una nueva generación de mentes y manos de seda que refresque el panorama y que de un nuevo empujón a la carretilla que desde hace años viene en constante frenado.


Nuevos tiempos que hagan rebobinar los recuerdos de los más viejos, y que hagan sentir que la fiesta todavía tiene una oportunidad más. Una nueva oleada de toreros nacionales que cubran la necesidad de traer toreros extranjeros que cada día cobran más en su moneda extranjera que cada vez nos cuesta más. Una figura que ponga de moda de nuevo ir a la plaza de toros, y una muñeca que teja de nuevo el hilo grueso del que gozaba nuestra fiesta veinte años atrás.


Aunque todo lo anterior parece una fantasía, hoy en día hay novilleros trabajando fuertemente para tomar la batuta que han dejado empobrecida los toreros de hoy, hay sueños en los corazones con ganas de triunfo, y también hay una afición que espera, que a pesar de que no se hace notar en los tendidos, está ahí, esperando por el renacimiento de la fiesta de todos, nuestra fiesta.


Luis Javier Medina

sábado, 27 de agosto de 2011

El problema del toreo.‏

El problema del toreo es que no hay un ganador y un perdedor, exceptuando aquellas viejas rivalidades que arrastraban adeptos a cada bando. El problema del toreo es que no hay un marcador, a pesar de que algunos portales taurinos se empeñan en dar títulos como: “El Cid 2 – 0 Morante”, para darle el toque deportivo que hace falta. El problema del toreo es que a pesar de que se den las orejas, los números no importan, lo que vale es lo que se ve en la plaza, en esos siete sublimes minutos que se hacen horas en la retina del espectador, pero el problema del toreo, es que a la plaza no le caben más de 20 mil personas, y si fueran más, el numero 20 mil y uno, no verá como se debe.

El inconveniente del toreo es que no se siente lo mismo delante de un televisor, por mas alta definición que sea, que sentado en el tendido. El inconveniente del toreo es que si te lo cuentan no te lo imaginas. El inconveniente del toreo es que no es tan sencillo como una competencia a goles o a carreras. El inconveniente del toreo es que se debe saber que en la plaza se va a ver más que un circo, que una batalla, que un pique entre dos bandos, que un balón rodando, un toro corriendo, o un hombre arriesgando. Pero lo encantador, envolvente, mágico, sagrado del toreo, es que aunque alguien no sepa de toros, sabrá reconocer lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, y es lo misterioso del toreo, que hace vibrar la emoción de hasta el más desconocedor.

El problema del toreo es que algunos quieren ser cronistas y no son más que relatadores de acontecimientos, creen que trabajan para un periódico de sucesos. Cuando en el toreo todo se mueve por sentimiento y emoción, escriben una mal llamada crónica informando de lo sucedido; y es esto, precisamente lo que hace que al toreo le haga falta todo lo anteriormente mencionado. El problema del toreo es que algunos mal informadores no saben exactamente lo que es el toreo. El problema del que les escribe es que por esta vez, solo esta, les hablo de problemas. Pero espero encontrarme una vez más con las teclas, para compartirles lo bello que es el toreo. Gracias.


Luis Javier Medina


Un reconocido portal virtual define la afición como “actividad cuyo valor reside en el entretenimiento de aquel que lo ejecuta, que algunas veces no busca una finalidad productiva concreta y se realiza en forma habitual.” Más allá de esa definición se le pudiera agregar que radica en el gusto, la pasión, la atracción que se siente por alguna actividad, espectáculo, deporte o arte.


La afición no se inventa, no se crea, la afición nace con uno, es como la sensación de mariposas cuando se tiene la primera cita amorosa en la adolescencia, como la sensación al degustar un plato o bebida que nos deleite, como el éxtasis que produce la música bien instrumentada.

La Fiesta Brava no escapa a esa pasión, que más que humana sería sobrehumana, pues sobrepasa hasta los mismos límites impuestos por uno mismo, se desborda cual caudal crecido, cual copa de cristal repleta de un buen vino. Así podría ver la pasión por los toros.

Cuando se está en el momento en el que no se va a una corrida de toros, sino que por el contrario, lo llevan, que es en la etapa de la niñez y primeros años de la adolescencia, es el período en el que empieza a germinar la semilla táurica sembrada dentro de nuestro ser desde el mismo momento del advenimiento a este mundo terrenal, y que cual planta, va creciendo lentamente hasta que se convierte en un árbol frondoso repleto de abundantes frutos que serán consumidos y aprovechados por las generaciones venideras, continuando así con el ciclo de la vida.


Con el transcurrir del tiempo, cada uno de los toros vistos, cada uno de los lances observados, cada uno de los aplausos brindados, cada uno de los pañuelos ondeados, se convierten en el abono necesario para hacer crecer esa pequeña semilla que nace y vive con uno hasta el ocaso de la existencia. Es una pasión de nunca acabar, una pasión que hasta en la vejez se vive, pues quedan en la memoria históricas faenas que marcan lo vivido. Se vienen a mi mente las palabras mencionadas por el matador de toros mexicano Manolo Arruza, en conversación con este servidor en fecha 20 de Julio de 2009, en referencia a los aplausos brindados por la afición merideña: “Esos son los premios que uno se lleva hasta la eternidad… ni orejas, ni rabos, esculturas al museo, lo mismo que los capotes y muletas, y después, en el silencio, se encuentra el hombre y el torero, el silencio y el eco del aplauso, ese es para mí, muy humildemente, dentro de mi apreciación, la verdad del toreo al que la vida le ha indultado.”


Personalmente, en mi corta trayectoria táurica, en cuanto a tiempo se refiere, puedo decir que he sentido el nacimiento de esa sensación que cada día late con más fuerza y se va enraizando en cada parte de mis fibras, cubriendo de seda y oro mi corazón y convirtiendo mi mente en un ruedo imaginario, donde a diario saltan al ruedo los matadores que he visto en faenas inolvidables ante toros de ensueño. Fue la tarde del 25 de Febrero de 1995, primera corrida de toros a la que asistí, lidiándose reses de Los Ramírez, y actuando esa tarde los matadores Nelson Segura, Marco Antonio Girón, Oscar Higares y Javier Vázquez, donde recibí mi alternativa como aficionado y empezó esta pasión que crece cada día más.


Ser aficionado no implica asistir a una corrida de toros, a varias corridas de toros de manera dispersa, no implica conocer el nombre de los toreros o saber cuál es el que más ha asistido a una feria. Un verdadero aficionado ha superado totalmente la etapa de espectador, es el que a diario revisa las páginas taurinas de la red, el que ha leído literatura taurina, el que se ha documentado sobre la fiesta brava, el que para poder opinar sobre la mejor corrida de una feria va a todas; un aficionado vive el toreo, siente al toro, se conoce su mundo, se levanta leyendo y se acuesta comentando, vive el día a día el espectáculo más bello del mundo.


En el mundo del toro existen rituales, sagrados rituales. Desde el punto de vista del matador, el día de una corrida inicia con la llegada a la plaza en la mañana para conocer el encierro, reunirse con su apoderado y ayudantes y con los otros matadores para el sorteo de las reses, continua con un corto tiempo de descanso, concentración y meditación, para llegar a uno de los momentos más solemnes de la vida del torero, como lo es vestirse de luces, amarrarse los machos de la taleguilla. He vivido ese momento y créanme que es algo que te lleva a otro mundo, pocas cosas en el mundo hay que enmarquen tanta ceremonia como lo es el ataviarse el terno.


Continúa su día con la llegada a la plaza de toros y su entrada directa al recinto sacro que es la Capilla, a elevar esa plegaria al cielo, al Señor del Gran Poder, al santo de su veneración, a la Virgen de su devoción, implorando la protección divina en la tarde que empieza.

Para el que se considera aficionado, el rito comienza desde la compra del abono de feria o de la entrada si es por venta detallada, el levantarse en la mañana y pensar qué ponerse de ropa en la tarde, el montarse en el carro o en cualquier otro medio para llegar a la plaza con su boleto en mano, ansiando ver la mejor tarde de toros de su vida, disfrutar de ese espectáculo y salir del coso embebido en regocijo.


A estas alturas de mi vida, contando con 25 años de edad, puedo decir, con toda seguridad, que mi vida tiene una gran parte marcada por la fiesta brava. Gracias a ella he conocido gente increíble, he encontrado amigos inimaginables, he entendido muchas cosas que antes eran desconocidas, o por lo menos, no totalmente comprendidas, pues este mundo es tan complejo, que su estudio nos llevaría a escribir un tratado de tauromaquia, y no es lo que pretendo hacer en este ensayo.


Mi sangre roja, como la sangre del toro, roja cual traje grana y oro, sangre que recorre mi cuerpo impregnándolo de esa pasión que me enorgullece vivir y sentir. Seguro estoy que por mis venas corre esa sangre, y por qué no, también corre sol y arena.


Francisco de Jongh

jueves, 25 de agosto de 2011

Verano taurino

El punto más álgido de la temporada llega con el calor aplastante del verano, y la sabrosa resaca de las vacaciones; vacaciones de las que he querido salir para desempolvar la pluma y mezclar la tinta para dedicarle unas líneas más al toro, y a esos pueblos españoles que están de fiesta, que con orgullo ofrecen su plazuela de toros y sus toreros para hacer disfrutar a propios y a extraños, porque estamos en verano, de vacaciones, donde el único profesional que no descansa es, el torero , quien mantiene viva la llama taurina mientras el otoño asecha.

Esta, es la época en la que los pastos se secan, el tendido se calienta, y las costas se ven provocantes, y los toreros caen. Los toros se enflacan, porque los pastos están secos, las plazas lucen vacías, porque los tendidos están a grados exorbitantes de temperatura mientras el sonido del mar de Alfonsina llama a la gente para una reunión subacuática, y los toreros caen, porque recorren España de cabo a rabo, toreando todos los días, durmiendo en el carro o el tren, viviendo de prisa, mientras el verano, poco a poco, va cobrando su aguinaldo, antes de despedirse.

Las ferias se hacen largas mientras pasa el verano, y los toreros más importantes comienzan a flaquear, ya no cortan sendas orejas, ya van sin ganas; cosa que molesta al público, que es obvio, porque paga, pero que es entendible, porque el arte con esa continuidad deja de ser arte, y ¿Cómo se le pide al torero que te de faena, cuando las zapatillas se derriten sobre la arena calentada por el sol? Además, las musas también se cansan, esta musa que tengo yo, que se habían ido de vacaciones, es un poco terca pero aquí está para escribir un par de canciones.

La época más intensa de la temporada transcurre, porque las arenas del reloj no hay quien las pare, porque los días no pasan en vano, y el cuerpo se resiste al desmayo. Deja a los aguerridos toreros tendidos en la arena sangrante, mientras el público verdadero, el que paga, se duele por los toros flacos y los toreros sin musas, que no llegan que pareciera que le hicieron caso a Alfonsina y se fueron al mar, este es el verano, el más hermoso del mundo, el verano taurino.

Luis Javier Medina


La mejor poesia es esa que viene de dentro, que brota de un juego de muñecas y complementas acompañando con la cintura, apoyándote en los riñones y templando hasta el final. Esa que no conoce de edad, sexo o nacion.. Que solo pide entrega y vocacion!!

Samuel Rivas Villamizar

Morante en Bilbao


Se escucha el cacareo de un gallo que revolotea en el comienzo de faena y en los remates del torero de la Puebla. No se si es Morante el que busca la perfección o es la perfección la que busca a Morante. Quizás la perfección quiere alcanzarlo pero no puede, por eso, sus lances, su media, sus naturales o sus derechazos son profundos a la vez que espontáneos, sólidos al mismo tiempo que frágiles; son auténticos pétalos de hojas verdes que caen en primavera y no en otoño. Caen en primavera porque es la estación más floreciente y creadora. Es la estación donde nace la vida en la naturaleza. Así es su toreo. Natural. Es muy difícil crear algo natural que resulte sobrecogedor por el pellizco de un artista que lleva consigo el rótulo de figurón del toreo y lo demuestra año tras año. Morante de la Puebla hace lo que ama. Lo que para algunos son problemas para él son lecciones. Si no, ¿cómo creen ustedes que puede comenzar la faena de muleta de esa forma mientras el tendido y el toro protestaban al unísono brevemente? El Maestro sabía que el de Cuvillo tenía oro en su interior, sólo había que escarbar un poco en sus adentros y recoger esas pepitas de oro que relucirían a mediados de faena. Morante se encuentra en plenitud. Un torero que de la cuna fue a parar al ruedo y del ruedo al triunfo. No ya al triunfo hacia el exterior, ni al reconocimiento más que ganado, sino al triunfo interior, al triunfo artístico. Este torero libera, alivia, distrae, desbarata. Derrocha serenidad. Descubre parajes de extrema belleza. Pone el alma cuando torea, y por este motivo su andadura está abocada al éxito. Me gusta como sale de la cara del toro desplantando con humildad y como recibe una gran ovación sin darle la mano al tremendismo. Me gusta como cita al toro sin vociferar como si el redondel fuese un patio de vecinos o un partido de fútbol. Me gusta como se tira a matar de verdad cuando sabe que merece la pena porque la faena ha estado a la altura de un gran estoconazo. Me gusta ver como el presidente saca los dos pañuelos blancos a la vez igual que Morante maneja el capote acariciando al toro por verónicas echando el percal al mismísimo hocico del cornúpeto. Me gusta la manera tan pura de colocarse delante de la cara del toro. En definitiva, me gusta el toreo antiguo y me gusta el toreo nuevo. Pero me gusta más ver como lo antiguo hoy resulta algo novedoso porque nadie es capaz de realizar una faena de este calibre por mucho que les cueste admitirlo a unos pocos infelices que sólo aprecian lo que ven cuando el de al lado se lo cuenta, habiéndolo tenido delante desde hace mucho tiempo. Larga vida al rey de la tauromaquia que en su trono mira a sus súbditos con clemencia, sencillez, toreo y amor.

Alvaro Gil.

JOSE MARI MANZANARES

A la fuerza, fragilidad. A la potencia, cadencia. Vuelos de finas hierbas a un toro que esquiva un capote que perdura. Pinturería canastera de un mimbre entre varetas, de una lumbre en primavera, del manantial que abreva la corriente de un río de pulcritud torera. La escena, borrosa, casi desvanecida en un horizonte de sol, gracia y vida. Crece cual arbusto salvaje en un clima seco. A parte, lejos de la masa, en la otra orilla, de repente un ole arrecia como viento de levante. Un ole de una garganta que recuerda a Fernanda por soleá. Paladean cucarachas escondidas en la boca de riego la faena soñada de un torero que acompaña con el cuerpo, que trasmite al firmamento sus secuelas y tormentos con casta y toreo bueno. Con sonrisas, sin lamentos. Llorar, no se si de pena o de alegría. La armonía, esa que convence a todos sin excepción. El sentimiento, ese que no atiende a nadie más que a los gitanos. Lo primitivo. Con herramientas primarias como la madera o como una tela. El almíbar, eso que endulza la vida. Hay que pasar mucha sed para poder beber de esa fuente. Para asimilar ese cáliz que concede la vida eterna a quien lo bebe. Para alcanzar esa tierra prometida y esa suavidad en los toques, que vanguardia, que derroche, que espejismo en la noche. Que de luz tras el túnel hacia el paraíso del campo. Que de flores. Que colores. Que simbiosis entre toro y torero. Jose Mari Manzanares, educadamente le abre las puertas de su casa, para después conversar largo y tendido, sin prisa pero sin pausa, despacio que no lento, ligando palabras cual muletazos fueren, con absoluta certeza y colaboración, para después despedirlo con la misma autenticidad, hasta mañana “Arrojado”, ya nos vemos por el campo, allí recordaremos juntos las hazañas del pasado, esa tarde que fue espanto. A hombros, volandero, hasta el hotel, prisionero. Jose Mari Manzanares sobre el gran Bores Otero, sólo hay uno, no es roneo, es el arte de estar lejos y vivirlo por entero, es querer ser costalero, de un figura del toreo que es canela y es jazmín, que es sirena en abril, canto del alabardero, cite con mimo y fuego en las yemas de los dedos. Es enjundia por entero, albacea de mi recuerdo. Es la lluvia de pañuelos planeando en el albero. Enhorabuena torero.


ALVARO GIL

Paseíllo

Mirada perdida. Miedos. Inseguridad. La gloria bañada en suspiros. La incertidumbre puebla los rincones de un patio de cuadrillas que se torna asfixiante. El hedor de un público sediento. No hay libertad. Estoy preso en una cárcel circular que no admite espantadas. Preguntas y negación. De pronto una luz deja ver apenas un resquicio de madera roja. Una bocanada de aire fresco anuncia a mis pulmones que debo comenzar a andar. Pie derecho por delante. Suerte y al toro. Suenan clarines y timbales. El primero ya está aquí. El burladero sustituye el hombro de mi padre para consolarme. Las pulsaciones se disparan. Retumba el suelo. Salpica el albero. Apenas se nubla mi vista durante un corto lapso de tiempo. Mi mente, en cambio, está revolucionada a su máxima potencia. Se oyen murmullos de un tendido que aprecia el volumen de un toro con brío. Remata por abajo. ¡Toca, toca! ¡Que salgo!

Alvaro Gil.

EL MALETILLA

La luna llena, con su luz y su misterio, alumbra las verdes praderas y el amarillo albero de la plaza de tientas. Al filo del precipicio, en la oscuridad, los maletillas saltan la valla y dejan escapar su ingenio. El equilibrio ante un tren que pasa, arrasa y deja su marca en la piel, por las vías del camino a la gloria en el que unos salvan la vida y otros perecen. Con su atillo de torero, se preparan para torear al silencio. Las sombras crean el movimiento en la noche, la quietud del llanto mece la cuna del toreo de capote anónimo, de muleta cosida con la aguja de la abuela que todo lo sabe aunque se haga la ingenua. Los sentidos se agudizan, los riñones crujen y los gestos se enaltecen. Duerme el ganadero creyendo que sus toros están descansando y no embistiendo a un niño enamorado del toreo, del campo, de la luna, del caballo. Cual hombres lobos, arrasan con la camada. No es más que sed y hambre de toros. No es otra cosa que alimentar su guadaña de madera tallada sobre un viejo trapo de seda. No es más que volar con una vaca encastada, con la faena soñada, con la maleza y la rama, en el campo a media noche. Árbol por burladero, barro para el recuerdo, rebuscando en los reproches de una madre asustadiza al ver sangre en su camisa, cuando asoma el alba y llora, cuando escampa la locura de la magia toreadora.


Alvaro Gil

Luís de Pauloba


Luís Ortiz Valladares, más conocido como Luís de Pauloba, nació en Aznalcóllar (Sevilla), en el año 1971. Debutó sin picadores en público en el año 1987. En el año 1989 debuta con picadores. En el año 1990 debuta en Las Ventas. En el año 1991 sufre una fuerte cornada en Cuenca de la cual se recupera milagrosamente y en un lapso de tiempo muy corto, prueba de ello fue su alternativa a los dos años, en 1993, en La Real Maestranza de Sevilla. Cuentan que Paco Camino tuvo un encuentro con él en una venta y le dijo: -Pauloba, eres el que más te pareces a mí de los que hay ahora. Mete la espada que te vas a poner rico-. Hay fue donde Luís de Pauloba continuó explorando los caminos de pureza que un día recorrió Paco Camino.


Luís de Pauloba podría haber sido cualquier cosa. Podría haberse dedicado a lo que quisiera si hubiese nacido en otros tiempos o en otro lugar, debido a la mente privilegiada que posee, pero decidió ser torero porque lo lleva dentro. Su carrera ha estado marcada por el reconocimiento del verdadero aficionado pero por la dificultad de no poder torear en el sitio que se merecía ni con las condiciones que deberían. Como decía, gracias a esa mente, esa psicología de otra época, casi oriental, pudo reponerse de la fuerte cornada sufrida en el año 1991. Lo primero que hizo cuando medio se recuperó fue correr detrás de una vaca en cuanto pudo para torearla y a los dos años tomó la alternativa. Noches de luna llena, tardes de toreo jondo, de capote sublime, puro, añejo. De muleta de arte, sin florituras innecesarias, sin tremendismo. Tres o cuatro cortijos debería tener si la espada hubiese entrado dicen por ahí. Un torero de arte toreando corridas descomunales, fuera de tipo, propia de gladiadores o toreros sin clase ninguna. Y él, fiel a su concepto. Es torero desde que se levanta hasta que se acuesta. Es torero vistiéndose por la mañana para llevar a Paula, su hija, al colegio, y para ir a ver a su madre, para hablar por teléfono o para colocarse el cuello de la camisa. Es torero para saludar a cualquiera que se le cruce. Para tratarlo como si fuera el más importante del mundo en ese momento, con una sonrisa siempre pese a que corran malos tiempos. Sencillo, humilde, con gracia andaluza. Igual que su toreo. “Se torea como se es” decía Belmonte. Las cabezas de toros disecadas en su salón imponen. No son Juan Pedros ni mucho menos. Son alimañas que fueron domadas y sometidas por el arte y las muñecas de Pauloba.



Su fiel mozo de espadas y amigo “kiko”, profesional de pies a cabeza que compagina su trabajo con el de mozo de espadas, lo conoce mejor que nadie. Ha sido testigo de sus días de gloria y de sus fracasos. Siempre ha estado ahí. A las duras y a las maduras. Hombre bonachón sin un pelo de tonto que tiene un corazón que no le cabe en el pecho, y mira que es grande.


Mi teoría es que el maestro Luis de Pauloba no necesita cortijos. Es rico espiritualmente. La olla de su casa está llena de sentimiento y de torería de la que puede alimentarse todo el que se quede a comer en su casa. Es un hombre que ha bordado el toreo a la luz de la luna y a la luz del sol. Ha hecho llorar a otro hombre que ha tenido la suerte de contemplar semejante espectáculo en el anonimato íntimo de los románticos del toreo. En su pueblo, con su gente, sin nadie que tenga que darle coba, sin periodistas nefastos o empresarios corruptos, allí donde se menciona su nombre se escucha: es un pedazo de torero y un pedazo de persona. Y esto es muy difícil. Porque personas buenas hay, y toreros buenos también, pero que conjuguen ambos atributos es complicado. Es una figura del toreo que ostenta el triunfo personal en su interior. El exterior es para los superficiales. Hay dos formas de triunfar en la vida. Hacia el interior y hacia el exterior. El triunfo de Luis de Pauloba se da cotidianamente cada día. Cada vez que habla, cada vez que actúa, cada vez que torea en el campo. La mejor recompensa que puede tener Luis de Pauloba es que en la memoria de los aficionados a los toros hay un hueco para él y su toreo. El arte no son cifras ni números. El arte es sentimiento, el arte son recuerdos. Son emociones. Y este torero ha emocionado, a puesto la piel de gallina al que lo ha visto, ha trasmitido felicidad, y eso señores, eso es la grandeza del toreo. Lo que perdura es el aroma. El perfume de azahar de un camino de pureza por el que pocos consiguen andar. Y Pauloba, lo ha recorrido varias veces de ida y de vuelta.



Alvaro Gil.


Historia de la Escuela Taurina de Sevilla


Retirado en 1799 el torero Pedro Romero, muerto Joaquín Rodríguez ‘Costillares’ (1800) y José Delgado ‘Pepe Hillo’ (1801), la Fiesta de los toros entra en un cierto declive. El Conde de Estrella, gran aficionado y amigo del Rey Fernando VII, propone a éste la creación de una escuela de tauromaquia. Es el propio Conde de Estrella el que, el 26 de febrero de 1830, envía el proyecto de la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, proyecto en el que se recogen importantes datos referentes a la tauromaquia y a la organización de una escuela. Se propuso como maestro de la escuela a Jerónimo José Cándido, torero ya retirado que vivía en Sevilla.

El 11 de abril de 1830, el Conde de Estrella recibe una carta firmada por Luis López Ballesteros, ministro de Hacienda, para que, por orden del Rey, recabe información sobre la posible Escuela de Tauromaquia de Sevilla, que finalmente se crea el 28 de mayo de 1830 mediante una Real Orden.

Enterado Pedro Romero de la creación de la Escuela de Tauromaquia y del nombramiento de José Cándido como maestro-director de la misma, hace las gestiones oportunas y es nombrado nuevo director, pasando José Cándido a ayudante suyo. Fueron alumnos de la Escuela, entre otros, los diestros Francisco Montes ‘Paquiro’, Francisco Arjona ‘Cúchares’, Juan Pastor ‘El Barbero’, Juan Yust, Antonio Mariscal y Manuel Domínguez ‘Desperdicios’.

En 1834, ya fallecido el rey Fernando VII, gobernando la reina María Cristina, mediante otra Orden Real se suprimía la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, destinándose los fondos que sufragaban la Escuela a las necesidades de la enseñanza primaria y al socorro de los establecimientos de beneficencia.

La nueva Escuela

En abril de 1994, con el beneplácito de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla y bajo la dirección de Aula Taurina –dependiente también de la Maestranza-, se crea la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, que empieza a desarrollar sus actividades e la Hacienda ‘El Vizir’, propiedad de Fermín Díaz, en el término municipal de Espartinas, a escasos kilómetros de la capital hispalense. En ese primer año de creación de la nueva Escuela de Tauromaquia de Sevilla se inscribieron 40 alumnos, que fueron instruidos por el recientemente fallecido Antonio Chaves Flores –director artístico-, Rafael Jiménez ‘Chicuelo’ y Francisco Moreno Vega ‘Curro Puya’. También, a título de colaboración, contaban con el asesoramiento de Manuel Rodríguez ‘Tito de San Bernardo’.

El día oficial de la inauguración de la Escuela de Tauromaquia de Sevilla fue el 20 de octubre de 1994, en una jornada que comenzó después de una misa en la capilla de la plaza de toros de Sevilla. Después se firmó el acuerdo de colaboración entre el Ayuntamiento de Sevilla, la Real Maestranza de Sevilla y Aula Taurina, celebrándose por último un histórico tentadero en el interior de la plaza de toros de Sevilla, con reses del Conde de la Maza.

En la actualidad, la Escuela de Tauromaquia, con más de cincuenta alumnos y una de las líderes de la comunidad andaluza, tiene fijada su dentro de actividades el sevillano Parque del Alamillo. Incluso existe un proyecto de adquirir una plaza de toros portátil para que desarrollen en su interior las pertinentes actividades sus alumnos. El cuerpo de profesores está encabezado por el matador de toros sevillano en activo Pepe Luis Vázquez Silva, que es el actual director artístico. Diferencias en años pasados con la junta directiva provocaron las salidas de dos profesores: Rafael Jiménez ‘Chicuelo’ y Antonio Chaves Flores. Junto a Pepe Luis, están como profesores Curro Puya y Tito de San Bernardo.

Las actividades se basan en una preparación física adecuada, un intenso aprendizaje del toreo de salón, el curso teórico –con libro de texto incluido- denominado ‘Principios básicos del toreo’, asistencia a los tentaderos que acuerda la junta directiva de la Escuela con ganaderos colaboradores con la entidad y actuaciones en diversas clases prácticas con público en festejos de promoción. Asimismo, un miembro de la Junta Directiva ejerce como responsable social de los alumnos y les hace un seguimiento de sus responsabilidades académicas o laborales, imprescindibles éstas para poder estar inscrito en la Escuela de Tauromaquia.

Poesía Taurina

Llanto por Ignacio Sánchez Mejías

Federico García Lorca


La cogida y la muerte


A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.
El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro, solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.
Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
¡Ay qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!


La sangre derramada.
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par,
caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras
¡Que no quiero verla¡
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!
Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada,
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué gran serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!
Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
!Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
!Yo no quiero verla!


Cuerpo presente.
La piedra es una frente donde los sueños gimen
sin tener agua curva ni cipreses helados.
La piedra es una espalda para llevar al tiempo
con árboles de lágrimas y cintas y planetas.

Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas
levantando sus tiernos brazos acribillados,
para no ser cazadas por la piedra tendida
que desata sus miembros sin empapar la sangre.

Porque la piedra coge simientes y nublados,
esqueletos de alondras y lobos de penumbra;
pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.

Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
la muerte le ha cubierto de pálidos azufres
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.

Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.
El aire como loco deja su pecho hundido,
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve
se calienta en la cumbre de las ganaderías.

¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,
con una forma clara que tuvo ruiseñores
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.

¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!
Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón,
ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:
aquí no quiero más que los ojos redondos
para ver ese cuerpo sin posible descanso.

Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.
Los que doman caballos y dominan los ríos;
los hombres que les suena el esqueleto y cantan
con una boca llena de sol y pedernales.

Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra.
Delante de este cuerpo con las riendas quebradas.
Yo quiero que me enseñen dónde está la salida
para este capitán atado por la muerte.

Yo quiero que me enseñen un llanto como un río
que tenga dulces nieblas y profundas orillas,
para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda
sin escuchar el doble resuello de los toros.

Que se pierda en la plaza redonda de la luna
que finge cuando niña doliente res inmóvil;
que se pierda en la noche sin canto de los peces
y en la maleza blanca del humo congelado.

No quiero que le tapen la cara con pañuelos
para que se acostumbre con la muerte que lleva.
Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido.
Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!

Alma ausente
No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.

No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.

El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y monjes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.

Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de tu boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.